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Nació
al mismo tiempo que la primavera, bajo un sol de trigo verde.
Sus ojos reflejaban todos los tonos de tierra y su pelo, frondoso
y extraño, poseía el intenso verdor de las nuevas
hojas fuertes. Traía dos dientes y uñas curvas
que utilizó muy pronto para ahuecar la tierra de las
macetas y dejar que la sementera se asentase mejor.
Venían a verla desde todos los lugares, con esta o
aquella excusa, pues al crecer, no solo se convirtió
en la mujer más bella que jamás nadie hubiese
visto, sino que por donde ella caminaba desnuda en las noches
de cuarto creciente... los cultivos brotaban fuertes y sabrosos
como jamás lo habían hecho.
Un día, desapareció, dejando surcos de lágrimas
de las que brotaron semillas desconocidas de brillantes colores.
Sus padres alegaron no conocer su paradero... No habían
tenido más hijos, temieron que estos se pareciesen
al océano o al fuego y destruyeran las cosechas.
Cada noche colocaban una jarra de cristal vacía sobre
la mesa justo al lado de la ventana...
A la siguiente mañana conforme a la estación
del año aparecía un ramillete de flores, frondosas
y olorosas en primavera y verano, secas pero hermosas y perfumadas
durante otoño e invierno. Y cuando llegaba el sol de
trigo verde, a veces, en las noches de luna de cuarto creciente,
se veía a una joven de largos cabellos verde hoja caminando
entre los cultivos.
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