Adolfo Marchena: ¿Con
qué se acompañan los tragos que nos ofrece el
pomario Fuera de carta?
Carmen Vargas: A veces, con resignación,
pero otras tantas con el jugo recién exprimido de la
libertad, la dignidad, y la justicia, siempre que el tiempo
y las circunstancias que dictan los relojes de los poderes
fácticos de esta sociedad, lo permitan. Sin que falten
entremeses, como la empatía o la esperanza.
A.M.: El libro, como un menú gastronómico,
se divide en primer y segundo plato, además del postre.
¿Qué tipo de cocina elabora con la escritura
Carmen Vargas?; cocina tradicional, Nouvelle
cuisine, cocina de vanguardia…
C.V.: Quizás un poco de todo. Siempre
me gustó cocinar e innovar, pero cuando escribo, es
cierto que uno de mis ingredientes favoritos y que no falta
en la despensa de mi pluma es la reivindicación del
tipo que sea, a veces puede ser más picante o agria,
otras, dulce y tentadora al paladar.
A.M.: Dices que: “Ser
leales no nos salvará / de ningún dios insatisfecho.”
¿Es, la lealtad, la gran ausente en una sociedad que
se ahoga en lo inmediato y carece, cada vez más, de
valores que, ahora, nos parecen tan lejanos?
C.V.: Para mí la lealtad es un principio,
es una ley de vida que deberíamos llevar tatuada en
la conciencia, pues a veces parece olvidarse en esta época
que nos ha tocado vivir, donde todo vale, o al menos para
gran parte de esta sociedad que se acomoda en el sofá
más caro. Parece que de lo único que nos preocupamos
es de estar cómodos al precio que sea y a costa de
que otros no lo estén. Esta sociedad de charanga y
pandereta, como ya dijera Antonio Machado, ha perdido lo que
tanto le costó ganar con sangre, sudor y lágrimas.
Nos vamos a pique, empujados por una marejada de ignorancia
a lomos de ese sofá que nos engulle sin prisa. Por
eso es tan importante la lealtad, desde el respeto y la libertad.
A.M.: En algunos poemas que componen el Primer plato
encuentro una erótica que se desliza por la página
como un susurro, tal vez buscando el doble sentido o la imagen.
C.V.: Como he dicho antes, la reivindicación
a través de mis versos, una veces rebelde, otras, seductora,
hace que mi poesía no suela escribirle al amor perfecto,
a la erótica más sugestiva, aunque, ¿por
qué no poner una pizca de picante para degustar un
buen plato que revolucione los sentidos del lector? O, ¿por
qué no ponerme frente al espejo?
No sé si lo consigo, pero podría haber contestado
con menos palabras: en esos poemas busco ambas cosas.
A.M.: El tiempo es un tema recurrente en tu obra y
también la dignidad. El sociólogo, psiquiatra
y filósofo José Ingenieros escribió:
“Y así
como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos
sin ella son esclavos.”
C.V.: Para mí el tiempo es fundamental,
pero no nos confundamos, no el que marcan los relojes, sino
aquel que nos brinda la vida en todas sus vertientes. El tiempo
indeterminado que paso con amigos, viendo una buena película
o un atardecer desde el tejado de mi casa, el tiempo para
disfrutar de todo aquello que me reconforta. Por otro lado,
está el miedo a no poder aprovechar esos instantes
con una sonrisa. Pienso que todos tememos que se nos esfumen
los momentos por haber tenido que padecer, o simplemente,
parar por obligación. Y por supuesto, asumir la derrota
con dignidad, perder el tiempo desde la dignidad es algo que
tengo más que asumido. Ambos cumplen la estructura
de la sinergia. La dignidad es un valor en peligro de extinción
que nos llevaría a volver a ser esclavos, en ocasiones
de nosotros mismos.
A.M.: En otro de los poemas del libro te hablas a
ti misma y te descubres “delante
del espejo / con el gesto de pasar página.”
¿Hay edades y decepciones en la poesía, como
en el ser humano?
C.V.: Por supuesto. La poesía es una
experiencia, como los años vividos, es un continuo
deseo de conseguir la meta, aunque no siempre llegamos a cumplirlo.
Ahí es donde aparece la decepción, y eso ocurre
en cualquier campo que labremos.
A.M.: El Segundo plato comienza con un poema cuyo
verso dice: “Escribo
de nuevo.” Y, a continuación, sentencias:
“Es el
momento adecuado / para desprenderme de la jornada de hoy.”
¿Se desprende Carmen Vargas de toda contaminación
y cansancio que convocan las horas a lo largo del día,
cuando se sienta a escribir poesía (o narrativa)?
C.V.: Pienso que la escritura, como cualquier arte al que
nos dediquemos, nos refleja y la vez nos permite evadirnos
de muchas fases del día o de la vida. Incluso puede
ser nuestra mejor aliada para no enfrentarnos cara a cara
con algo en un determinado momento; pero ¿a qué
engañarnos?, después de todo, lo que llevamos
a cuestas tarde o temprano lo retratamos en lo que escribimos.
No me desprendo de nada cuando escribo, pero sí es
mi guarida.
A.M.: En este sentido, qué opinión te
merece la frase de Samuel Beckett, cuando dice: “Las
palabras son todo lo que tenemos.”
C.V.: Ahí me quito el sombrero, pues
la palabra para mí es sagrada, es el gran tesoro que
poseo, para bien o para mal.
A.M.: De hecho, en el poema que figura en la página
39, comienzas diciendo: “Hace
tiempo dijeron / que la poesía es del todo inútil”,
para concluir con los versos: “La
palabra… / Mi humilde morada.”
C.V.: Como digo, sin la escritura no sabría
caminar. Me dolería tanto desposeerme de ella, como
caminar descalza por un sendero de afilados guijarros. Mi
primera palabra la pronuncié con tan solo nueve meses
de vida, según me cuenta mi madre, y aún sigo
leyendo para aprender a no callar.
A.M.: También detecto en tu poesía una
búsqueda de horizontes y libertad.
C.V.: Así es. La libertad es mi bandera, con todos
sus significados, siempre desde el respeto hacia lo demás,
y el horizonte mi infinito. En estos tiempos en los que cada
uno se mira su propio ombligo, sin importarle subir cumbres
escalando por encima de los hombros de quien tiene al lado,
pienso que sentirse libre es el bien más preciado que
podeos poseer, pese a que muchas veces se convierta en utopía.
Cuando te das cuenta que desprenderse de cadenas a las que
nos aferramos o nos educan para llevarlas, cuando he sentido
que se puede respirar mejor y que pueden ser prescindibles
en el camino, la libertad viste los colores de una puesta
de sol.
A.M.: En otro de los poemas del libro afirmas que:
“la verdad
no está en ninguna parte”; que “no
existe”. Entonces, es posible que, como
decía Pessoa, el poeta –y todos los seres humanos-
sea un fingidor que finge constantemente.
C.V.: Ni confirmo ni desmiento las palabras del poeta. Lo
que sí puedo decir es que la verdad puede resultar
tan efímera como el humo. Por eso siempre pregunto:
¿tu verdad o la mía?
Recuerdo del poeta Antonio Machado los versos que dicen:
¿Tu
verdad? No, la verdad
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
A.M.: Ya, en el apartado del Postre, encuentro un
poema (página 60) que me recuerda La
ciudad de Kavafis, donde uno siempre regresa a
casa. El poema concluye: “Coges
la puerta / y haces el intento de huir del lugar / al que
creíste llegar persiguiendo tu memoria. / Te quedas
paralizada. / Cuesta reconocerlo, / pero es futuro lo que
buscabas.” ¿Se podría decir
que huimos constantemente?
C.V.: Sí. El ser humano es inconformista
por naturaleza. Tanto es así que, por una cuestión
u otra, siempre estamos huyendo, aunque esto no signifique
salir corriendo literalmente. A veces, también se huy
de uno mismo.
A.M.: Llegados a este punto siempre les confieso a
mis entrevistados/as que, a pesar del intento, siempre me
dejaré algo en el tintero; ¿quisieras añadir
algo más?
C.V.: En primer lugar, agradecerte la lectura
del libro, tan concienzuda, y que te hayas adentrado en mi
mundo, pues también para eso escribimos, por compartir
con los demás, sensaciones, emociones, ideas…