Y el mensajero vino con su ofrenda
dulcísima y jugosa, de dátiles maduros.
Dejo sobre mi falda el envoltorio,
ufano, feliz de aquel presente
que propició el encuentro inesperado.
Tomamos fresca leche ungida con canela
con los melosos frutos.
Nos envolvió la miel que destilaban.
Y cuando despertamos,
la tibieza y blancor de aquel entorno,
ese tenue perfume
de una noche robada a tantos días,
fugaz como la vida.