Ser esa piedra lo mejor sería
y sin embargo no lo seré nunca,
por mucho que en lo inerte y en lo duro
me empeñe yo cargándome de liquen.
Quisiera ser la roca que no siente,
no el árbol que es apenas sensitivo:
ese no. ¡Ni una gota de la savia
que empapa los jardines en mis venas!
Tampoco quiero ser la cochinilla
o el gusano que viven escondidos
debajo de las lápidas de Viena.
Mucho menos el niño que ya fui
y al que espera furioso y en sigilo
el oculto terror bajo la piedra.
(Un trozo de arenisca o de granito,
y por qué no de mármol, con mi nombre,
pero ni hablar de vida tan vivible).