Me cuesta dios y ayuda no asesinar a mi despertador
y quedarme en la cama como si hubiera muerto todo el mundo,
como si hubiera suficiente agua para aplacar mi sed,
y no doliera tanto el ruido de la vida, la furia del paisaje,
el flujo consumido de las letras, los baldíos mensajes
de la televisión.
Me cuesta Dios y ayuda sostenerme en la sombra
y amar a mi hipoteca como la ama el banquero
el náufrago que espera al final de la fábula
que la isla quemada indique al barco ajeno
la posición perdida, la terrible carcoma
de creer que la vida pudo ser otra vida
o tener otra forma.
Me cuesta Dios y ayuda al descerrar los párpados
recomenzar el ciclo, descifrar los augurios, testimonios,
mensajes bajo la intimidad de cuanto no seremos,
el oscuro bullicio del mar entre las islas,
las cortezas del árbol que pretendía otro
bosque,
el abismo que espera acariciar las nubes,
o las alas cansadas de cansarse
hacer salvo cansarse.
A fin de cuentas no dudo
que lo posible nos sigue soportando
porque ya nada pueden
por la fe en lo imposible.