Tienes derecho a la felicidad,
es más, si no puedes costearla
hay quien pondrá en tu camino crédito suficiente.
Tienes derecho a tu vital milagro,
de comprensión y espera,
al uso de tus propias palabras y alfabetos.
Derecho a compartir tus dudas,
a que todo funcione y no haya terremotos
de largo desamparo.
Tienes derecho al mundo,
con su malsana envidia,
a burlarte del miedo
y a sentir un temblor de constante alegría.
A sentir el amor sobre o bajo las sábanas
abrazarte con besos, caricias y deseo.
Al respeto sincero de tu dulce existencia.
Tienes derecho a improvisar la ruta,
a encontrarte y buscarte en buena compañía,
a no llorar, a que te escuchen, a dar y recibir con total
claridad
la madurez o inmadurez del tiempo,
a sonreír, a vencer a las arduas espinas
de renuncia, sacrificio y disputa
con el más íntimo mutuo conocimiento.
A obtener veredicto de fiel correspondencia.