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En
Angüés,
donde doblan a muerte las campanas,
no hay tomate no hay huerto no hay racimo
no hay rincón en la casa
que no llore por ti, por tu descanso,
lentas lágrimas secas.
Este loco sofoco que trae mayo
en el viento deshace todos tus calendarios,
las cenizas de un mundo que se ha ido,
pero deja tu huella como un surco en el campo,
como el sudor agrícola que nutre al terco trigo,
como un trago de vino que tiembla en la garganta.
Como el pueblo inundado de lágrimas
y lágrimas y lágrimas
que en silencio acrecientan nuestra pena,
el llanto donde todo silencio, toda humilde palabra,
nos deja el siempre imposible consuelo
del dolor conocido, la compartida nada,
que nos besa y abraza, que nos marca y ahoga
la existencia cruel
y la memoria.
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