He permitido que tus satélites
organicen mi cabeza de hogazas y sal.
Se regenera el entusiasmo de la noche
cuando el verso que nunca escribí
pide tinta para poder volcarse
en la piel de una gasificación de albor.
He permitido que tu rendición habite
junto a las cucarachas que roen
el abecedario que habita en mi alcoba;
he resuelto el enigma de una noche más
gracias al antídoto anti humanos
que bebí cuando el sol tiñó de sangre
la conciencia colectiva y los espíritus corruptos
que saboreaban la sangre fresca
de las personas reflexivas,
almas caritativas de necesidad.