Caerá sobre los ojos sin lágrimas la sal 
                      del olvido
                      y sobre los labios mudos del grito el barro de la locura.
                      Huiremos por los campos arrasados, sin flores ni duelo
                      a sepultar más hondo a nuestros muertos, con premura,
                      espantando a las bestias carroñeras del cielo
                      y a los perros hambrientos que devoran lo perdido 
                      y aúllan a la luna los huesos desolados de sus amos.
                      Una lluvia de arena roja quemará nuestros oídos
                      y el viejo olor de la muerte ahogará las huellas 
                      que pisamos.
                      Ni el agua ni el viento ni la espuma de los venenos 
                      ni el trueno de las bombas, podrán detenernos.
                      Lo bello 
                      es horrible y lo horrible es bello,
                      a través de la niebla, por el aire impuro vagaremos.
                      Haremos nuevos caminos sobre la selva que se puebla.
                      Habrá otro suelo y buenas semillas qué cultivar.
                      Otro azul será el cielo y una casa nueva habitaremos, 
                      
                      Haremos arepas frescas y pan de maíz frente al mar 
                      
                      y beberemos en las mañanas el café recién 
                      colado.
                      Somos los huyentes que jamás se han ido. Los que 
                      nunca se van.