Nunca
quise irme, deshabitarte,
ni arrancar de tus brazos a esa chica
que me prestó una vez
sus pechos bien nutridos,
su piel y sus lunares más recónditos.
Sus veranos carnales y fugaces.
No es natural desaprender a andar.
Ni tampoco la vida descosida,
la distancia prematura, el llanto
crónico de los hijos.
No he sabido ordenarme la sangre ni
evitarte el olor del miedo químico,
ensuciando el aire de nuestra casa.