Podemos observar en los poemas
de Marchena, una estructura de estilo propio que caracteriza
su poética: versos cortados al arbitrio de un desorden
bien aprovechado en donde a veces, es difícil contener
una lectura lineal, lo que no resta un ápice el buen
hacer y la sutileza con la que maneja su pluma. Quizás
en un principio nos parezca errónea este tipo de escritura,
pero tras su lectura, cada verso va marcando los silencios
donde el autor nos invita a descansar e interiorizar una vida,
a veces, truncada por los designios de unos años convulsos,
como los fueron los de la guerra civil y la posguerra que
tuvo que vivir Fermín.
Aunque este libro no tenga partes diferenciadas, sí
que podemos observar en su estructura varias fases.
En una segunda parte, por enumerar, a mitad del libro aproximadamente,
el poeta se enfrenta a la muerte y sin exigir nada, intenta
tomar fuerzas para ordenar episodios que ya le contara su
padre, y mientras la muerte va firmando el certificado de
defunción, él los va plasmando en su cuaderno
en forma de metáforas, no sin antes mirar a los ojos
de Fermín y tomar sus manos, para seguir narrando su
juramento.
Cuando tu rostro
permanece inmóvil
sobre la almohada,
contemplo al niño
que esconde guijarros
en una cesta de mimbre.
Las metáforas resultan un recurso muy bien utilizado
por Marchena, igual que la adjetivación sencilla, como
si se tratase de prosa poética. La palabra en su poesía
se hace libre, asimétrica, manteniendo en alerta la
sonoridad, como el graznido de las gaviotas, o en el silencio
nocturno del hospital que solo es interrumpido por un quejido
o el brillo de una luz de emergencia que pide ayuda.
Por el contrario, es difícil encontrar epítetos
en este poemario, Ahora que me habitas, pues aparte de las
metáforas o su adjetivación, el autor no se
permite perder el tiempo en florituras y va directo a contarnos
las diferentes etapas del ser, en este caso de su padre; su
infancia a golpes de miseria e incomprensión, por los
tiempos que corren, la adolescencia, su madurez, que se deja
en un camino que llega a su fin.
Por seguir enumerando las distintas partes, aunque Marchena
no lo haga en su índice, hablaría de una tercera
donde el poeta se rinde ante la evidencia y acepta que llega
el final, sin arrepentimientos, adoptando la sentencia de
la parca. Es ahí donde se ve reflejado en la piel que
roza sus manos, en la conciencia y aprendizaje de una partida
ya anunciada, en unas palabras que no se llevará el
viento por mucho que su padre alcance el cielo azul de ese
mar impoluto, como las paredes que ya no verá y donde
quizás Marchena se dejó algún verso olvidado,
aunque el lector a estas alturas conozca la historia que vivieron
ambos
La necesidad
de verte, de nuevo,
en el anverso
de una moneda,
en la pared azul
donde tú veías
cascadas de agua
y animales mansos.
Azul. Un color que viste estos poemas. El de la libertad,
la lealtad, la verdad, la armonía, todo lo que persigue
Adolfo Marchen, como persona y escritor. Y quizás también
equilibrio, paz…, sentimientos que encuentra en el rictus
final de su padre.
Al igual que un color invade estas páginas, hay dos
elementos fundamentales que las sostienen: el mar y el cielo.
Entre ambos, una vida a la que no ha faltado de nada, donde
Fermín Marchena lidió con deseos y frustraciones,
y el vuelo de un avión que ahora despega solo con el
piloto, él, aunque a veces soñara compartir
esa cabina con su compañera, la madre de sus hijos.
Quizás ahora pueda aterrizar en esa isla donde una
playa le espera, donde él esperará a los suyos
desde la orilla, mirando el horizonte y las olas. Lo que no
sabe –o tal vez sí-, es que su hijo le acompañará
en un duelo de labores y esperanzas, como ya pidiera don Francisco
Giner de los Ríos, por voz de Antonio Machado en el
poema que este le dedica a su muerte.
Es este un poemario en el que a pesar de que la parca sea
una de sus protagonistas, para nada es triste; al contrario,
nos encontramos ante un puñado de versos esperanzadores,
que arrojan ganas de seguir viviendo en la memoria de los
que se atrevan a acercarse a ellos. Lo que logra alcanzar
Marchena, no solo es la promesa que hizo a su padre, también
deja un legado de vivencias muy necesarias de conocer en estos
tiempos en los que el olvido se nos enfrenta con descaro.
Escribo, padre,
ahora que me habitas,
y no sé, tengo dudas,
no sé calibrar
la sencillez
de las cosas,
o su valor
en el mercado.