En el paseo, la esbeltez arbórea
es competencia visual
y oblación sin sacrificios
que aúpa la mirada a las alturas
hasta empequeñecernos.
Todo es solemne,
si miramos hacia el ángulo adecuado,
y también altivez sin arrogancia.
La brisa peina con ondas la superficie del río
y se enreda en el follaje
con musicalidad verdiblanca.
Miro a lo lejano y se jalonan
los puntos de interés
que en silencio me incitan.
Sigo caminando.
Lo hago con cierto cansancio
y agilidad limitada,
mientras mi sombra
se derrama en el suelo
y se expande sorteando obstáculos,
como vaharadas de humo
por entre el solado
acoplándose con sutilidad y adherencia.
Ni las circunstancias ni la edad
son adecuadas para batir marcas,
pero el que se ejercita y resiste
prepara su cuerpo para la próxima salida:
donde el yo vence,
significa que hay un desdoblamiento
que supera nuestras deficiencias.