Escalo
audaz la herrumbre quejumbrosa
de la noria y remuevo nuestra vida
en canastas inmóviles en lo alto.
Compruebo los enganches inseguros
del triste galeón de los piratas,
dejo que me golpee su vaivén
previsible, otra vez desorientado.
Remonto polvoriento la pendiente
nublada de frituras,
bares grasientos, churros y patatas
mezclados con farolas amarillas,
que guiñan cuando pierdo el equilibrio
conocen hace tiempo
a mi debilidad.
Tal vez mañana, cuando el cielo oscuro
de gadolinio claro se ilumine,
desaparezca el hielo de los lagos,
y llueva kamikazes un perrito
piloto y otro y otro perrito piloto
se derrumbe estruendosa aquella noria
naufrague el galeón de los fantasmas
y acabe el equilibrio, las piruetas,
la verbena final.