|
Me
llamo Keled y, aunque mi nombre significa inmortal, creo que
me estoy muriendo. «¡No es justo!, solo tengo
diecisiete años».
Primero fue Shalif, después Yaiza y Taher, luego padre
y ahora yo.
Desde mi agujero no puedo ver nada. La parte superior de mi
cuerpo se encuentra en una oquedad que, milagrosamente, se
ha formado con el derrumbe, la inferior está al otro
lado y no puedo sentirla. Eso debe ser malo, preferiría
notar el dolor porque así sabría que mis piernas
aún están vivas.
Me encomiendo a Al-lah: «¡Oh Viviente, oh Subsistente,
en tu misericordia busco asistencia!» Los ruidos de
guerra, los estruendos de derrumbe, los ayes y los desgarros
han cesado. Me pregunto si madre y el resto de mis hermanos
han conseguido alejarse lo suficiente con el carro y las vacas.
«¿Por qué me he empeñado en volver?
—grito—. Total, otra bolsa de hortalizas solo
hubiese mitigado una pizca más el hambre»
Teníamos que habernos marchado mucho antes. No se puede
vivir acosados permanentemente, los campos cada vez producen
menos, ¿cómo va a ser de otra forma si vamos
muriendo o escapando de forma masiva? También nosotros
debimos irnos cuando aún estábamos todos, pero
padre se aferraba a su tierra y madre callaba con resignación.
Ahora al fin nos decidimos porque ya no hay manos para trabajar
nuestro campo, porque está sembrado de escombros, porque
falta agua, porque es la vida lo más valioso…
Yo siempre lo vi así, pero soy un hijo obediente. Hemos
tenido que abastecernos de agua de los camiones para que madre
me escuchara como varón mayor que soy; sin embargo,
nos hemos retrasado, puede que ya mi familia entera haya desaparecido.
¿Soy el último?... ¿Qué importa?,
no podré salir de aquí con vida. ¡Declaro
que no hay más Dios que Al-lah! —vuelvo a oír
el desespero en mi voz quebrada.
No sé cuánto tiempo llevo así, he debido
perder el conocimiento, antes podía ver los cuadros
azules y blancos de mi camisa; a la altura del pecho había
una mancha oscura, podía ser sangre, pero también
barro; ahora he quedado del todo a oscuras, han debido pasar
horas. A ver, cargamos el carro a toda prisa poco después
de tomar la última comida antes del alba el «Suhúr
para empezar a continuación otro día de Ramadán.
Pensábamos comer sobre la marcha, tras el ocaso, la
sopa preparada por madre y rematar los dulces sobrantes de
la noche anterior. Nuestro « iftar» siempre fue
ligero: arroz, pastas y tal vez algo de carne acompañada
de las hortalizas del huerto, pero hubo un tiempo alegre en
que nos reuníamos todos y gozábamos de la charla
en torno a los frutos secos que tomábamos una vez aplacado
el apetito, y té, rico y humeante té. Tiempos
distendidos que se perdieron para siempre.
Ahora no se ve nada, la rendija por la que se filtraba un
tibio rayo de luz se ha apagado quién sabe cuándo.
La mano bajo el costado que podía ver desde la forzada
posición de mi cabeza, se ha perdido en la oscuridad.
Casi me alegro, me daba terror pensar qué podía
significar la hinchazón y el color amoratado que tenia.
Me ha estado martirizando con punzadas rítmicas. Ahora
se ha calmado y tampoco la siento.
Hay un silencio que me causa espanto, no ceso de pensar en
mi familia. Si estuvieran vivos habrían vuelto por
mí. «¡Tengo miedo!» Sí, tengo
miedo y me da vueltas la cabeza, me siento débil, ¿Cuánto
podré aguantar?
Mi mente salta de unas imágenes a otras. Ahora tengo
una clara visión de mi padre, me mira con complacencia,
pero…¡Oh! Lo que veo después es dañino,
mil espadas se cruzan sobre mi cabeza y van bajando con ritmo
implacable, se clavan en el costado, lo siento todo negro;
a lo lejos se oye el bramido de las bombas y madre salta por
los aires, un trozo sanguinolento de su cuerpo destrozado
se posa en mi mejilla, «¡Oh Al-ah! No puedo mover
las manos para quitarlo». Pataleo pero parece que es
otro quién lo hace por mí. Me traslado a una
verde pradera y al fin puedo respirar, sin embargo los restos
que oscurecen el ambiente me persiguen, trato de correr más
no consigo moverme del mismo lugar; del pelo caen gruesas
gotas que me absorben en un charco. Este se va agrandando,
se convierte en un lago y luego en el mar. Percibo las olas
y lucho para que no tapen la media cabeza que aún tengo
fuera…. «¡Ah, ah, ah! ¡Socorro!»
He debido perder el conocimiento, deliro. Pero aún
estoy vivo y no sé qué hacer, más que
no saber es que no puedo. La oscuridad es absoluta, me vuelve
a vapulear el espanto del delirio; de pronto se ha filtrado
una potente luz que me ha convertido en un ciego absoluto
durante unos instantes. Oigo detonaciones. «Será
un nuevo ataque, ¿qué si no?»... Pero
es extraño después de tanto tiempo de silencio.
¡Otra vez la luz! y el ruido.
Es una tormenta, el agua se filtra y me estoy empapando.«¡Gracias
Al-ah!» La gota que cae sobre mi mejilla rítmica
y persistente se escurre, si giro algo la cabeza, hacia mis
labios resecos. Me siento más despabilado y grito,
grito fuerte con la esperanza de que alguien me oiga y me
saque de este lugar. Pero lo que de verdad se instala en mi
cabeza es una pregunta, y crece, crece tanto, que lo tapa
todo.
«¿Será así para siempre?»...
Un eco interior responde. «¡Para siempre!, ¡Para
siempre!»
Y me hundo sin remedio.
|