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                Manos 
                    que ayudan a otras manos, salvadas de un destino sin rumbo. 
                    Errantes en medio de las tormentas, el hambre, el cansancio 
                    o simplemente, la huida explica esta desesperación 
                    humana en forma de brazos, ojos, rostros. Hombres que ayudan 
                    a otros hombres, mujeres que ayudan a otras mujeres. Niños 
                    que viajan, niños que nacen a contratiempo o tal vez 
                    no, si son supervivientes es que tuvieron algo de fortuna. 
                    Como ballenas invisibles surcan los barcos fantasmas en busca 
                    de un puerto seguro. No encuentran el atraque en enclaves 
                    sin alma. Allí no existe la ley del mar. En tierra, 
                    no se cumple lo que se predica. Mientras, el timonel pide 
                    desembarco, crece el desasosiego por momentos. En cubierta, 
                    vagan como mamíferos desorientados sin respuesta. Sin 
                    embargo, de una vez habrá que pisar tierra firme. Una 
                    esperanza se abre al cabo de los días. Las miradas 
                    deshidratadas casi no ven el horizonte. Otras manos parecen 
                    surgir del fondo de la tierra, socorren a otras manos maltrechas 
                    que ya estaban al borde del desahucio. Llegaron porque tuvieron 
                    suerte. Otros los engulló el mar, sumergidos en el 
                    horror del ahogado junto a esqueletos de pecios que, a modo 
                    de camaleones forman parte del lecho marino. Todo acaba en 
                    silencio en las profundidades. En superficie, aquellos que 
                    se salvaron lo fueron gracias a la ley del mar que, como el 
                    mandato del buen marino, es justa siempre.  |