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                Todos 
                    los libros circulan como cronopios. Son acertijos en busca 
                    de su Rayuela, desperdigados entre los apuntes de francés 
                    y la interpretación simultánea. La Maga se confunde 
                    con una figura en un póster de Metrópoli, de 
                    Fritz Lang, pero pasea como si tal cosa por todas las estancias, 
                    invisible. Sopla las cortinas, mueve algunos enseres de sitio, 
                    intenta colarse en la mente y el cuerpo del escritor que la 
                    reclama con insistencia. La máquina de escribir, se 
                    interrumpe a intermitencias, tras dar caladas a un cigarrillo 
                    varias veces. La escritura prosigue. La inspiración 
                    avanza. El músculo no descansa y el cuento está 
                    en tensión y toma varios pasillos hasta alcanzar el 
                    comedor y después el hall de la casa. Parece estar 
                    tomada por los espíritus de su tiempo, milenarios, 
                    convocan a su autor para descodificar el universo en un caos 
                    perfectamente ordenado. El gato lo sabe y agudiza su mirada 
                    azul, por si con sus garras, pudiera atraparlos. Pero son 
                    geniecillos de luz, con enorme energía, reflectados 
                    en el arco iris que proyecta el cristal de la ventana después 
                    de llover. El café humea y las palabras huyen hacia 
                    la cocina. Y se esconden entre los filtros de la cafetera. 
                    Es posible ponerse a resguardo, antes de colarse en los posos 
                    que quedan del café. Quizá vuelvan más 
                    precisas mientras los dedos tipean sobre el papel una historia 
                    de corcheas, semi corcheas que danzan alrededor de una historia 
                    e invocan un ritual. Una luz enciende el escritorio. Con la 
                    llegada de la luna, se convocó una fiesta sin invitados. 
                    Acudieron a la llamada, todos los cronopios y todos los libros.  |