Mi 
                    mente es torpe, lenta como un bloque de cemento. Tengo la 
                    suerte de que el bloque duro y pesado que constituye mi cerebro, 
                    está erosionado por pequeños hoyuelos gracias 
                    a los cuales, y muy de vez en cuando, puedo presumir de tener 
                    ideas brillantes. Diría que a través de esos 
                    pequeños poros, respiro y puedo mantenerme viva a pesar 
                    de mi inteligencia insípida y aletargada. A veces imagino 
                    cómo pensará una rana, un saltamontes o una 
                    jirafa, incluso las rocas si están vivas en algo han 
                    de pensar. No concibo la existencia de un ser vivo por insignificante 
                    que sea que no piense, ¡hasta yo pienso a pesar de mi 
                    estulticia! Tengo miedo a enfrentarme a mi propia inteligencia. 
                    Me pregunto ¿Las ranas, los saltamontes, las rocas 
                    también tendrán miedo a enfrentarse a sus propios 
                    pensamientos? ¿A su pequeñez dentro del gran 
                    cosmos en el que todos vivimos o creemos vivir? Porque al 
                    fin y al cabo ¿En qué consiste eso que llaman 
                    vivir? Posiblemente vivir tan sólo consiste en respirar, 
                    volar, observar por encima de los picos más altos de 
                    la tierra. Sí, he pensado que dentro de mi torpeza 
                    lo mejor para saber en qué consiste vivir es preguntar 
                    a los seres vivos que yo considero más torpes y lerdos 
                    que yo. Visitaré un lago y preguntaré a la primera 
                    rana que encuentre, después me aproximaré a 
                    un zoo y preguntaré a la primera jirafa que repare 
                    en mi presencia y, finalmente preguntaré al saltamontes, 
                    las rocas las dejaré para el final, pues su pétrea 
                    naturaleza no me inspira confianza, las encuentro algo presuntuosas 
                    para que se dignen a contestarme, ya veré… ya 
                    veré qué hago con ellas.
                    El primer día que comencé a buscar una rana 
                    que pensara fue ella la que salió a mi encuentro. Me 
                    dio un susto de muerte, apenas había iniciado la búsqueda 
                    del lago cuando de pronto una rana verde, de piel viscosa 
                    y ojos enormemente saltones me dio el alto como si fuera el 
                    guardabosque que velara por todas las ranas del mundo:
                    -¡Eh, tú, extraña individua! ¿Por 
                    qué me buscas? ¡Te advierto que no me gusta que 
                    me busquen! ¿Qué es lo que quieres de mí?
                    Asustada ante el desparpajo de la rana contesté:
                    -¡Oye, perdona si te he molestado, pero deberías 
                    sentirte orgullosa de que un ser humano te busque para formularte 
                    una pregunta muy sencilla!-antes de que la rana me replicara 
                    le lancé la pregunta como si fuera un dardo envenenado. 
                    No me gustó la insolencia de la rana-¿Para ti, 
                    pequeña rana en qué consiste vivir?
                    La pequeña rana repulsivamente brillante empezó 
                    a saltar a mi alrededor, casi me pareció que se reía 
                    de mí:
                    -¡Vivir, vivir! ¿A quién le importa vivir? 
                    Llevas mucho retraso en tu inteligencia, si es que la tienes, 
                    a estas alturas de la vida te diré que tu pregunta 
                    está obsoleta, el mundo es demasiado mayor, demasiado 
                    viejo, ya nadie se hace esas preguntas, pero para que no te 
                    vayas sin respuesta alguna te diré que te fijes en 
                    mí, sé sincera y dime ¿Te parezco un 
                    ser inteligente o torpe?
                    Cuando escuché a la rana expresarse de ese modo, me 
                    sentí aterrada ¿Cómo había podido 
                    leer mi pensamiento ese bichejo verde?
                    -¿Bichejo verde, bichejo verde? Tú sí 
                    que eres un bichejo, yo soy feliz precisamente por eso, por 
                    ser un bichejo verde, más verde que las esmeraldas, 
                    más verde que las plantas, sé quién soy 
                    pero ¿Tú quién eres que a estas alturas 
                    todavía no sabes en qué consiste vivir?
                    Huí de aquella rana sabionda y repulsivamente verde, 
                    en mi fuga me parecía que todas las ranas verdes, brillantes 
                    y viscosas se reían de mí, de mi ignorancia, 
                    sólo tenía la certeza de que yo no era un bichejo 
                    verde orgulloso de sí mismo. Cuando casi estaba a punto 
                    de tropezar con la rama de un árbol salió a 
                    mi encuentro una jirafa de larguísimo cuello, ella 
                    evitó mi caída, me sonrió mostrando una 
                    hilera de dientes tan larga como su cuello:
                    -¿Te has perdido muchacha? ¿Puedo ayudarte en 
                    algo?
                    La jirafa me pareció un animal encantador, amable, 
                    solícito, sí, ella me daría la respuesta 
                    a mi pregunta obsoleta según la rana impertinente.
                    -¿Serías tan amable de explicarme en qué 
                    consiste vivir?-
                    
-¡Oh, no, no! No me hagas ese tipo de preguntas metafísicas, 
                      no tengo ni la menor idea, tan sólo sé que 
                      yo no me planteo esa cuestión, yo sólo observo 
                      el mundo desde una altura privilegiada gracias a mi cuello 
                      que se estira como un chicle ¿Lo ves?-en ese instante 
                      la jirafa estiró su largo cuello hasta casi rozar 
                      las nubes-¿Lo ves muchacha? Desde aquí arriba 
                      se contempla el mundo mucho mejor que desde ahí abajo-la 
                      jirafa inclinó su cuello hacia mí-¡si 
                      quieres que te aúpe puedo hacerlo, pareces muy ligerita! 
                      
                      Retrocedí unos pasos y sin pretender ser maleducada 
                      con la señora jirafa pues me había demostrado 
                      que era una auténtica señora le expresé-¡déjelo 
                      para otro día, tengo vértigo, me asustan las 
                      alturas!-y con paso ligero seguí mi camino en busca 
                      del saltamontes. Sin embargo, al saltamontes no lo encontré 
                      ¡Menuda contrariedad! Pero todavía me quedaban 
                      las rocas, casi me había olvidado de ellas, las rocas 
                      duras y orgullosas ¿Cómo reaccionarían 
                      cuando me dirigiera a ellas? ¿Pero dónde las 
                      podría encontrar? ¿Debajo del mar? Imposible, 
                      no sé nadar, no puedo bucear ¿En el desierto? 
                      Imposible, sólo hay arena lisa e infinita, en el 
                      desierto sólo hay silencio absoluto, allí 
                      no hay vida, no hay nada, el vacío total.
                      Una hiriente tristeza envolvió mi torpe cerebro, 
                      sentí un profundo cansancio, un dulce sueño 
                      se apoderó de mis cansadas neuronas, me tendí 
                      en el suelo sobre un lecho de hojas marchitas, la rana, 
                      la jirafa parecía que me observaban desde una infinita 
                      lejanía, cerré los ojos y me quedé 
                      dormida. De pronto sentí que me hundía en 
                      un abismo, mi cuerpo caía ligero como una pluma, 
                      todo a mi alrededor estaba oscuro, yo seguía cayendo 
                      formando parte de esa oscuridad, caía como si mi 
                      cuerpo se hubiera convertido en millares de partículas 
                      brillantes, creí que me estaba enfrentando a la experiencia 
                      de la muerte, ése era mi castigo, iba a morir por 
                      ser una niña mala, por plantearme en qué consiste 
                      vivir ¿Quién me había creído 
                      yo que era? Seguía cayendo, casi estaba a punto de 
                      llorar cuando sentí que mi cuerpo volvía a 
                      ser denso, compacto, mi caída había terminado. 
                      Ahora me encontraba sobre una superficie lisa, cálida, 
                      miré hacia arriba y cuál sería mi sorpresa 
                      cuando me pude observar a mí misma, mi cuerpo se 
                      encontraba justo sobre mi cabeza pero a miles de kilómetros 
                      de distancia, allí estaba yo durmiendo plácidamente 
                      sobre un lecho de hojas marchitas, me incorporé de 
                      un salto, estaba en dos planos de forma simultánea, 
                      arriba y abajo, intenté serenarme, situarme, decidí 
                      que lo más recomendable para mi torpe cerebro sería 
                      explorar el lugar donde había caído, y así 
                      lo hice. Quedé sobrecogida por el extraño 
                      paisaje que parecía querer abrazarme, enseguida reconocí 
                      la rama del árbol con la que estuve a punto de tropezar 
                      cuando huía de la rana verde, sí, era la misma 
                      rama pero esta vez, se dirigía a mí muy respetuosa 
                      ofreciéndome un reloj. Era enorme y colgaba de la 
                      rama como si estuviera mojado, estirado, como una prenda 
                      recién sacada de la lavadora y acabada de tender. 
                      Antes de pronunciar palabra alguna, la rama me habló 
                      con calma y tranquilidad:
                      -¡Es para ti, cógelo, es tuyo, ese otro y aquel, 
                      son todos tuyos, puedes utilizarlos como amuletos!-.
                      De este modo fui consciente de que me encontraba en medio 
                      de un pequeño desierto, en la lejanía se podían 
                      divisar el azul de un horizonte, de un océano o quizás 
                      el azul de una nube interminable, el azul de los sueños, 
                      el azul de las estrellas. De pronto el azul nostálgico 
                      y enigmático quedaba interrumpido por una pequeña 
                      montaña que emergía de una incompresible niebla, 
                      realmente yo no entendía nada, ¿Dónde 
                      me encontraba? Asustada me dirigí a la rama del árbol:
                      -Por favor, ¿Puedes explicarme dónde estoy? 
                      ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por 
                      qué me ofreces estos extraños relojes que 
                      parecen estar agotados? El calor del desierto los está 
                      derritiendo.
                      -Tú lo has dicho, muchacha torpe, los relojes están 
                      cansados de plantearse preguntas como tú haces, se 
                      han cansado del incesante y monótono movimiento de 
                      sus agujas, se han cansado de no poder parar y, por esta 
                      razón están aquí, en el paisaje de 
                      la nada, en el paisaje del silencio, en el paisaje de los 
                      sueños, aquí nadie se pregunta nada, si quieres 
                      saber más dirígete a la roca que se levanta 
                      tras de ti, ella es la única que sabe en qué 
                      consiste vivir.
                      Mientras me acercaba a la gran roca reflexioné sobre 
                      las palabras de la rama, era cierto, me encontraba en un 
                      extraño paisaje donde sus elementos parecían 
                      descansar, no hacía calor tampoco frío, me 
                      equivoqué, los relojes no se derretían por 
                      el calor, sentí una profunda angustia que atenazaba 
                      mi garganta, yo no quería llegar a ese agotamiento, 
                      tendría que preguntar a la roca cómo podía 
                      regresar a mi mundo, salir de ese silencio, de ese olvido 
                      en el que nada ni nadie parecía importar, casi a 
                      gritos le supliqué a la gran roca:
                      -¡Por favor, ayúdame, quiero subir adonde dejé 
                      mi cuerpo abandonado sobre un lecho de hojas marchitas, 
                      quiero volver a sentirme torpe, pesada y lenta ¿Cómo 
                      puedo salir de aquí? Tengo la impresión de 
                      que ya no recuerdo nada, de que he perdido mi identidad, 
                      ¿En qué consiste vivir? ¡Eso ya no me 
                      importa! ¡Quiero volver a mi lugar de origen! ¡Quiero 
                      volver a sentirme la muchacha de escasa inteligencia! ¡Siento 
                      que aquí me estoy derritiendo! ¡Ayúdame! 
                      ¡Ayúdame, gran roca!
                      La roca emitió una intensa vibración que iluminó 
                      todo el paisaje, el mar, la tierra, los extraños 
                      relojes, la rama del árbol desnuda y solitaria, todo 
                      el paisaje comenzó a girar sobre mi cabeza, un batiburrillo 
                      de elementos que se confundían con otros tropezaban 
                      sobre mi cabeza, caí de rodillas, me protegí 
                      la cabeza con mis brazos, cerré los ojos y en mis 
                      oídos resonaron las palabras de la gran roca como 
                      si en ese instante, sólo ella presidiera el universo:
                      -¡Agárrate a la memoria no vaya a ser que la 
                      pierdas, fíjate en estos relojes blandos, ellos ya 
                      no saben lo que son, se derriten cansados, se han dejado 
                      doblegar por la monotonía de la existencia, se han 
                      ablandado, son relojes blandos, no dejes que tu cerebro 
                      se vuelva blando, agarra bien a tu memoria, no la dejes 
                      escapar, ¿En qué consiste vivir? ¿Quién 
                      lo sabe? Invéntate tú la respuesta, pero sobre 
                      todo, ten cuidado de no perder la memoria en tu búsqueda, 
                      no la dejes escapar pues de lo contrario, estarás 
                      perdida para siempre, recuerda estas palabras: “La 
                      persistencia de la memoria”, 
                      ellas serán tu salvavidas si no las olvidas!
                      De pronto desperté, sentí una inmensa alegría 
                      cuando me vi de nuevo tendida sobre un lecho de hojas marchitas, 
                      no recordaba nada, respiré profundamente, me sentía 
                      viva, sabía quién era, una muchacha de buen 
                      corazón, aunque un poco torpe y lenta, pero sí 
                      sabía quién era, no me había olvidado 
                      de mi identidad, unas bellas palabras cosquilleaban mis 
                      oídos: “La 
                      persistencia de la memoria” ¿Qué 
                      podrían significar?.