| 
                Sufren 
                    demasiado por mí. Yo los veo y me entristezco al no 
                    poder hacerles comprender que mi blanca memoria es mi solaz. 
                    Están decidiendo si contratar el servicio de una cuidadora 
                    o directamente institucionalizarme. Ingresar en una residencia 
                    geriátrica a mí, sinceramente me es indiferente. 
                    A mí, me han dejado de importar mis hijos, mis sobrinos, 
                    mi difunto marido incluso yo misma soy como una vasija seca 
                    y vacía y no me afecta donde me quieren colocar. Siento 
                    que mi vida ya ha terminado y lo que ahora queda de mí, 
                    es un alma encarcelada en un cuerpo que tiene vida y en un 
                    cerebro que navega entre nubes de niebla cerrada. Me he convertido 
                    en una fantasmagoría de mí misma. Ahora recuerdo, 
                    ahora olvido, ahora sé donde estoy, ahora no sé 
                    qué hago aquí, ahora conozco a mi hijo, ahora 
                    no sé quién es, ahora, ahora, ahora… 
                    ¿Qué es el ahora? Me río, lloro, grito, 
                    siento oleadas de violencia y vuelvo a romperme en un llanto 
                    tan incompresible como inconsolable, todo esto sucede en un 
                    terrible e insoportable ahora. Quiero volver al ayer, encontrar 
                    retazos de mi pasado para así quizás encontrarme 
                    con retales con los que cubrir los huecos en blanco de mi 
                    presente. Sin embargo, resulta agotador, el esfuerzo es descomunal 
                    y termino como el juguete roto que soy, una marioneta a la 
                    que nadie puede manejar puesto que los hilos que hilvanaban 
                    mis neuronas se están desvaneciendo por momentos. No 
                    atiendo ni a razones propias ni a las ajenas. El desaliento 
                    termina invadiendo mi desorientado ser perdido en la nada 
                    de un desierto infinito, me rindo y caigo desplomada en una 
                    butaca en medio del salón de mi casa y al fin consigo 
                    encontrar algo de paz. Me tranquilizo y es cuando rostros 
                    que no conozco vienen a conversar conmigo, mueven los ojos, 
                    mueven los labios, pero yo no entiendo ni quiero entender. 
                    La situación se me va de las manos, yo misma me he 
                    ido sin irme, estoy sin estar, entiendo y no entiendo y al 
                    final del tortuoso camino sólo deseo encontrar la felicidad 
                    en mi blanca memoria. Nadie la conoce excepto los que tomamos 
                    contacto con ella como si de un nuevo planeta se tratase. 
                    Es maravillosa aunque no la pueda entender. ¿Qué 
                    significa el concepto entender? No es necesario entender. 
                    Tan sólo el que se encuentra en el planeta de la memoria 
                    blanca será capaz de ser feliz sin entender, sin conocer, 
                    tan solo sentir es lo primordial. Pero por favor, no tratéis 
                    de entrar en él los que todavía tenéis 
                    la memoria en color, no estáis preparados y entonces 
                    si entráis y tratáis de hacernos comprender 
                    es como si nos ultrajaseis, nos arrancáis de nuestro 
                    mundo y nos perdemos de nuevo cuando nos habéis obligado 
                    a volver. No ser crueles, os lo pido por compasión, 
                    no nos hagáis regresar al mundo del entendimiento racional 
                    cuando nosotros ya perdimos la razón. La memoria en 
                    blanco es absoluta y no permite que nadie le diga lo que tiene 
                    que aprender, respetarla y así los que habitamos en 
                    ella, podremos descansar en paz hasta que nos llegue el momento 
                    de la verdadera liberación. No lloréis por mí, 
                    si me sacáis de paseo para que me dé el aire 
                    en el rostro y oxigene mis pulmones, no me resistiré 
                    pero por favor, os lo pido por compasión, no me observéis 
                    con el rabillo del ojo con expresión doliente, seré 
                    feliz de ir cogida de tu brazo y si alguien quiere saludarme 
                    no le digas si he tenido un mal día, si puedo sonreiré 
                    amablemente y si no puedo no trates de obligarme a que salude, 
                    respeta mi memoria en blanco. Es tan poco lo que pido. Dejar 
                    que me vaya, no tratéis de retenerme en un mundo que 
                    ya no está hecho para mí. Si me volví 
                    loca, si perdí la cabeza no la busquéis porque 
                    no la encontraréis jamás. Respetad mi pérdida. 
                    Las nubes blancas son silenciosas y en el silencio puedo encontrar 
                    la paz que tanto necesita una mente en blanco, una mente que 
                    navega a través de un océano si olas, sin mareas, 
                    plano y quieto como la mente de un loco o de una loca. Sí, 
                    me volví loca, aceptémoslo. No se hable más.” 
                    Mi madre falleció un año después de escribir 
                    esta nota. Bien podría decirse que se trata de una 
                    carta de despedida en toda regla, una despedida hacia ella 
                    misma, hacia María de las Nieves Saavedra Lanzón. 
                    Ella fue consciente en todo momento de que se iba y no deseaba 
                    más que la dejáramos marchar en paz y, eso es 
                    lo que hicimos. No la sometimos a una disciplina de actividades 
                    orquestada por una terapeuta ocupacional, porque decidimos 
                    que la ponía extremadamente nerviosa. El esfuerzo que 
                    para ella suponía intentar comprender la secuencia 
                    de números o imágenes y encontrar la lógica 
                    de tales secuencias la agotaba de tal modo que comprendí 
                    al instante después de varias sesiones lo que quería 
                    decir mi madre en su nota al estilo epistolar cuando se refería 
                    a que no pretendiéramos que comprendiera el mundo racional 
                    que la acababa de abandonar. 
                    Mi madre quería que le permitiéramos fluir dentro 
                    de su vaporosa mente, que le facilitáramos el descanso 
                    que le ofrecían sus neuronas pulverizadas por el frío 
                    que se colaba entre ellas dejándolas en un estado de 
                    congelación perpetua hasta hacerlas casi desaparecer. 
                    Le gustaba escuchar el silencio del olvido, sentir la paz 
                    de no saber nada, cerrar los ojos y observar dentro de una 
                    mirada perdida y ausente que nadie veía, su vida convertida 
                    en una secuencia de recuerdos indefinidos y borrosos que nada 
                    tenían que ver con los juegos de la profesional en 
                    rescatar mentes perdidas. Yo me quedo como recuerdo de mi 
                    madre sus lágrimas cuando acariciábamos su rostro, 
                    sus cabellos, sus manos arrugadas y cansadas por el paseo 
                    demasiado prolongado en el mundo de la cordura y es que el 
                    cariño era la mejor medicina que le podíamos 
                    suministrar. A lo único que era verdaderamente receptiva 
                    era a eso, al cariño. Eran lágrimas de felicidad 
                    puesto que la sensación de afecto nunca la perdió. 
                    Mi madre fue una persona muy estricta consigo misma a lo largo 
                    de su vida y por lo tanto se exigía mucho a sí 
                    misma, trabajadora y responsable apenas se permitía 
                    un despiste, o un olvido o una licencia. No nos hacía 
                    la vida imposible pero tampoco permitía que lo tuviéramos 
                    fácil en cualquier actividad o proyecto que nos propusiéramos, 
                    nos marcaba metas altas y de gran compromiso emocional. Es 
                    a lo que la acostumbraron sus padres y ella siguió 
                    con la misma escuela. No bajaba la guardia nunca y más 
                    bien la palabra ocio y relajación no entraban con frecuencia 
                    en su diccionario ni en su estilo de vida. Por eso, cuando 
                    mi madre comenzó a dar sus primeros pasos en el mundo 
                    de la locura me caía extremadamente simpática 
                    y enternecedora. Me reía con ella y ella conmigo, algo 
                    poco habitual en el pasado. Al principio no me di cuenta de 
                    lo que realmente le estaba sucediendo pero la encontraba tan 
                    relajada y tan feliz que no me preocupé en absoluto. 
                    Recuerdo una anécdota: fui a comprar al mercado varios 
                    productos de limpieza, y una crema hidratante para su rostro. 
                    Cuando llegué con la compra, saqué todos los 
                    productos y los coloqué sobre la encimera de la cocina, 
                    mi madre decidida se levanto de su asiento en el que estaba 
                    cómodamente sentada viendo su programa favorito, se 
                    dirigió a la encimera y por supuesto cuando se disponía 
                    a recoger su preciada crema hidratante vio que brillaba por 
                    su ausencia. Yo presentí que se avecinaba una tormenta, 
                    unos gritos y de paso alguna descalificación como la 
                    de despistada empedernida que nunca sabes dónde tienes 
                    la cabeza y la personal elucubración de ella ¡A 
                    saber en qué novio estará pensando ahora! 
                    Su reacción fue totalmente inesperada para mí, 
                    en lugar de irritarse conmigo y enfurecerse por mi despiste 
                    se echó a reír y es más, me dijo que 
                    si se me había olvidado era lo mejor que me podía 
                    haber sucedido tanto para mí como para ella. Ya no 
                    quería más cremas del supermercado puesto que 
                    a partir de ahora se las traerían a domicilio. Recuerdo 
                    que le pregunté muy sorprendida-¿Quién 
                    te las va a servir?-¡La firma comercial Clinique!-me 
                    respondió con absoluta naturalidad-¿Y cuándo 
                    has tomado esta decisión, mamá?-¡Ahora 
                    mismo, me lo acaban de decir a través del programa, 
                    el mismo presentador me lo ha confirmado, me ha dicho que 
                    no vuelva a encargarte crema alguna, que él mismo se 
                    encargará de que todos los meses la reciba en casa 
                    puntualmente ¿Qué te parece?-. 
                    Quedé tan desconcertada que no quise contrariarla formulándole 
                    preguntas sobre el asunto. Mi madre no parecía estar 
                    bromeando, tomó asiento de nuevo y retomó su 
                    interés por el programa y sobre todo por el atractivo 
                    presentador que supuestamente le había recomendado 
                    que dejara de enviarme a comprar cremas hidratantes para ella. 
                    El resto de la jornada permaneció callada con una expresión 
                    dulce en su cara, en sus ojos brillaba la ilusión, 
                    sí, fue la primera vez en mi vida que contemplé 
                    el brillo de la ilusión. Es un brillo tenue, apacible 
                    y prometedor, nada que ver con el brillo ordinario de lentejuelas 
                    o el fastuoso de las piedras preciosas. Años más 
                    tarde comprendí que se trataba del brillo de la locura, 
                    este brillo tiene un matiz delicado y fiero al mismo tiempo 
                    porque no permite ser arrancado de nadie que haya conseguido 
                    descubrirlo. 
                    Cuando finalmente tuvimos claro el diagnóstico de que 
                    mi madre había entrado en una demencia nos importó 
                    muy poco el nombre de ella: Alzheimer, Demencia senil, Parkinson… 
                    Lo cierto es que mi madre se estaba marchando en el sentido 
                    más estricto de la palabra. No es que se fuera a morir 
                    y dentro de unos meses le daríamos cristiana sepultura, 
                    no. Mi madre se iba por momentos a otro mundo tan respetable 
                    como el nuestro, su presencia física la seguiríamos 
                    teniendo pero ya no sería ella, de un momento a otro 
                    iba a entrar en nuestras vidas una absoluta desconocida y 
                    la convivencia que tuviéramos con ella, prácticamente 
                    dependía de nosotros, los cuerdos. 
                    El cariño y la paciencia son palabras hermosas, se 
                    nos llenan los oídos cuando nos referimos a ellas pero 
                    son difíciles de ejercer en el día a día 
                    de los cuerdos, en un mundo donde las prisas imperan y las 
                    preocupaciones se acumulan formando montañas de problemas. 
                    La irritación y la aspereza nos acompañan durante 
                    muchas horas a lo largo del día e incluso por la noche 
                    a la hora del plácido sueño nos asalta despertándonos 
                    en la soledad de la noche; y dentro de todo ese batiburrillo 
                    de sensaciones negativas y frustrantes tenemos en nuestra 
                    vida la ausencia y la felicidad de un loco o loca. ¿Qué 
                    hacemos entonces? Como mi madre escribió en su nota 
                    de estilo epistolar cuando estaba dando los primeros pasos 
                    en su mundo de niebla amontonada, a ella, le daba igual lo 
                    que hiciéramos con su persona. Lo más fácil 
                    hubiera sido ingresarla en centro de día o en una residencia 
                    geriátrica pero mi madre era tan feliz que decidimos 
                    no hacerla desgraciada en sus últimos años aquí 
                    en la tierra aunque sabíamos que ella ya no estaba 
                    en la tierra, estaba en su tierra totalmente desconocida para 
                    nosotros. 
                    Le dábamos su medicación, contratamos a una 
                    cuidadora para los paseos que con el tiempo dejaron de hacerse 
                    puesto que mi madre se agotaba cada vez más y finalmente 
                    decidió un día que jamás saldría 
                    de casa puesto que no comprendía el mundo exterior 
                    y para ella resultaba muy desalentador, sufría episodios 
                    de depresión que se fueron ralentizando conforme dejó 
                    de salir a la calle, en su lugar decidí leer poemas 
                    para ella, los escribía yo misma y con ellos era capaz 
                    de conseguir que el brillo de la ilusión se asomara 
                    de nuevo en sus ojos perdidos y adormecidos. El preferido 
                    de ella era: 
                    Mía eres, ilusión, por siempre y para siempre 
                    Pedestal de mi frágil esperanza 
                    Faro de mi opaca existencia 
                    Como luciérnaga brillas alumbrando la oscuridad de 
                    mi ser 
                    Como seductora sirena deleitas mis exhaustos oídos 
                    Con el melodioso canto que emana de ti 
                    Ilusión dorada y mágica eres, pura delicia 
                    Plateada y fresca eres, pura ilusión 
                    Como suave fragancia eres 
                    Enamoras mi alma, mañana, tarde y noche 
                    El discurrir de mi vida lo diriges tú, mi bella ilusión 
                    Sempiterna eres en mi hálito 
                    En la rosa de mi corazón, fragante y viva contigo 
                    Mi bella ilusión, no puedes abandonarme 
                    La crueldad no se hizo para ti 
                    No naciste para apagar sueños 
                    Más bien los creas y los recreas en un mundo turbulento 
                    Plagado de sueños rotos, quebrados cuando te pierdes 
                    Cuando te desvaneces, no, no, no, no puedes morir 
                    No lo permitiré 
                    Antes me dejaría morir por ti, mi bella ilusión 
                    Dejaré que claves tus raíces en mí, las 
                    ataré a mi memoria 
                    A mi olvido, a mi noche y día, quedaré amarrada 
                    a ti 
                    Así salvaré mi vida y más allá, 
                    mi espíritu brillará contigo 
                    Y seremos inextinguibles, pues tú, no puedes morir 
                    No se te permitió el día que los ángeles 
                    te crearon 
                    Yo, era uno de ellos, mía eres ilusión 
                    Por siempre y para siempre. 
                    Mi madre, María de las Nieves Lanzón murió 
                    en paz dentro de su mundo de locura. Intenté respetarla 
                    y comprenderla puesto que los locos también tienen 
                    su lenguaje aunque nosotros los cuerdos no seamos capaces 
                    de comprenderlo puesto que nuestro raciocinio nos impide ver 
                    más allá de lo que queremos ver. 
                    Yo, me imagino a mi madre paseando entre nubes de colores 
                    bajo el brazo de la ilusión, su mejor cuidadora. 
                    Te quiero mamá. 
                     
                    |