HILACHA
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Un latido es el instante del primer recuerdo:
yo me morí. Todos los días me muero. Vivo descendiendo
soy un conductor de polvo. Para perpetuarse en el dolor que
sabe. Cuando se logra un círculo se empieza a fundir
el próximo. Mi piel de espejo y de lombriz hasta no calar
la clara humedad del pozo no vuelve. No podrá olvidar
que los días están muertos; pero yo comprendo
al vientre sin el aire, y me abro en gajos la sustancia. Conocé
la hendidura rápida y feroz. |
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Se prepara la piel para recibir un rostro nuevo.
Refractada de placer, a pelo limpio rasca la devoción
de pies desnudos. Mecánicamente incorpora lo esencial.
Procede al desarraigo de un brote. Lo retrae con los dientes.
Momento a momento vibra el cuerpo el flujo de la retribución.
Regresa lo simple lo intacto la entrega, el ciego coraje que
salva renueva mi amparo soy con vos igual que la unión.
Sin separación, dos como uno. Amanece y no sé
lo que es esperar. Tengo que escribirte qué es lo que
sé: mi ser se purifica en un verso. Te estoy dando lo
que llamamos intento. Me estoy curando: como se cura un minero
con sol y abrigo, perpendicular al miedo paralelo: pero el miedo
es la sal que relamo del vacío, el metal que ha de conseguir
un alimento más: no quiero, me alejo porque haber es
un mal invento: me estoy yendo del cuerpo, la imagen de lo que
duele: esa cicatriz sin edad…Se detestó la respuesta
numérica. Para sus fibras fue como un laberinto de bloques
congelados. |
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¡Si pudieras vivir toda la vida de una
palabra! La vida de esa palabra. Lo que hay de vida en la palabra
muerta. Yo sé que sí. Vivir cada palabra. Aún
amanece. Oigo el repiquetear de tus pies saltando una soga y
en ese pequeño mínimo vuelo leo tu círculo.
El sonido de lo muerto y lo prístino. |
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