LOS
OMBLIGOS
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Son gente con estilo propio y carnavalesco. ¿Son
gente? No sé, parecen sólo ombligos martillando
las astucias, anunciando carnavales individuales con sonrisas
suspicaces, con ojos apuntando siempre hacia abajo y sin párpados,
porque jamás descansan la mirada entre las lágrimas,
porque no quieren lágrimas. |
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Por ejemplo, al nacer un ombliguito es costumbre
y deber de sus progenitores borrarle los párpados con
goma para lápiz, y dibujarle la sonrisa característica
de su especie con un fibrón rojo carmín indeleble.
Un día normal en la “vida” del ombligo medio
es muy sencillo de describir: temprano salta del somier hacia
la ducha para arrancarse las pelusas culpoides; desayuna alrededor
de las 7.31 a.m. dos tostadas sin tostar untadas con espinaca
y un café descafeinado con tres gotas de edulcorante
y tres cucharaditas de sal fina; lee atentamente la sección
económica del diario más envenenado; mira su reloj
siempre a las 7.46 a.m. y sale disparado a hacia la calle; olvida
saludar a su cónyuge. El resto de su día y gran
parte de la noche transcurren con una sola meta: cómo
sacarle a la ventaja dos o tres cabezas de victoria.
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Es probable encontrarlos en las esquinas de la
calle Florida pregonando “compro oro”; en las facultades
de derecho; en el Congreso; en hoteles lujosos disfrutando de
algún banquete empresarial con el ruido del champán
galopando hacia la codicia. Están en todos lados excepto
en los cementerios: los ombligos nunca mueren, sólo se
trasforman.
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