LUCHADOR
MÁXIMO
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Para que nada y todo sean espuma hay que agitar
el humor en la arena. No suspendas la mirada en cada granito
como yo. El tiempo te dará el poder del médano
para que jamás te pierdas. |
Tuve suerte. Y la esperanza intacta.
El viento me sabe oír. Y cuando nos entendemos, salimos
a reconocer los rastros. ¿Viste el color de tu piel esta
mañana? Eso ya depende de vos.
¿Recordás cuando lo vimos casarse en la playa
aquel domingo? ¿Cuántos domingos tu mamá
te contó ese día? Atardecía. Íbamos
de la mano. Vos y yo andando por la orilla tan distraídas.
Captando. Tu sonrisa brilló: la felicidad en tus ojitos
porque estábamos donde teníamos que estar. Al
fin. Él era real. Era real su boda. Entendiste que amar
es una epifanía. Y que mamá no miente. Peringo.
Quisiera que sostengas el sentido hasta librarte de ese dolor.
No podemos lastimarnos entre hermanos. La piedra que hoy está
en tu zapato mañana será el comienzo de una nueva
forma de posar. Quisiera que camines sabiendo que no hace falta
caminar. No hay mejor camino que la limpieza. En la humildad
de tu búsqueda sabrás elegir lo irrepetible.
Hay molestias siempre. Pero con el pesimismo se tornan condenas.
Llenarás la fuente de monedas con deseos a destiempo.
Pero cuidado: nunca desees lo posible, sino lo completo. Al
verter tu pasión en otra fuente, primero ornamenta la
tuya. Con las flores que más te representen. Las fuimos
juntando en cada viaje, elegimos sus formas y colores, nos abandonamos
durante horas en sus perfumes. Las tatuamos en nuestros cuadernos,
recuerda. Recuerda cuando del suelo comimos las más dulces
frutillas. Nuestras manos hurgando. Nuestras bocas carmesí.
Tu abuela reía con nuestro asombro. Nosotras comprendíamos
el sabor y la simpatía de un regalo.
Si te entristecen las despedidas es natural, sabés que
el cielo es uno solo y que la tierra que tanto nos entrega,
también hará que lo extrañado regrese a
su manera: transformado. Encontramos arcilla esa tarde a la
orilla del lago. Vos corriste para traer tus moldes de crear.
Dos perras enormes te siguieron, alocadas las tres eran un gran
equipo. La colina cuesta arriba las hacía más
vívidas y mínimas ya al entrar en la casa alpina.
Yo te esperaba pensando en nuestra obra de arte secándose
al sol. Seguramente tu valía resolvió regresar
al lago por el camino que tanto te asustaba antes de mi llegada:
había vacas sueltas y un pequeño bosque de frutales
hasta poder verme de nuevo. Tu mirada había cambiado,
caminabas como quien derrotó un imposible. Las perras
te habían dejado sola. En tus manitos los moldes y un
abrigo, con la sonrisa inteligente me dijiste: no me perdí.
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Un mediodía la mesa estaba
dispuesta para el almuerzo y yo me alejé de la casa,
había un llanto anudado a mi garganta. Te dije que me
iba a caminar y sin preguntarme nada me diste el morral. No
sabía cómo disimularte mi tristeza. Tenía
miedo de que no quisieses comer, de que me sigas sin que tu
mamá te viera. Me fui corriendo hasta que la fatiga me
detuvo junto a una gran pila de troncos. Arrumbada como uno
de ellos transpiré el llanto hondísimo. No estaba
lista para ir a ningún lugar. Pero empecé a no
pensar. Recorrí el bosque, me adentraba con la deriva
entre las piernas. Atravesando un jardín de espinas logré
llegar al borde del acantilado. Eran las rocas y muy muy abajo
el lago color turquesa. Tal beldad opacó cualquier impulso
de muerte.
Inspiré y exhalé profundamente para regresar.
Me di cuenta que el miedo no sabe determinar límites.
Aún en esa oscuridad debemos confiar en el instinto,
es el sentido más cuerdo. Cuando me encontraste yo reí.
Fue emocionante: escalaste la gran pila de troncos con tímido
equilibrio y al conquistar el hallazgo en su cumbre gritaste
¡luchador máximo! |
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