LA
FELICIDAD DE LOS OMBLIGOS
|
 |
Es una tarea difícil de emprender lograr
saber cuándo el ombligo es feliz, ya que su sonrisa permanente
engañaría a cualquiera.
Por lo pronto diremos (luego de una ardua investigación)
que se observaron rastros de felicidad en las siguientes circunstancias:
al encender un puro importado en plena estación de subterráneos;
al comerse el último sándwich de miga en una reunión
familiar; al comparar en la sala de espera del dentista el tamaño
y la perfección de sus sonrisas con miembros de otras
especies.
En síntesis, podemos conjeturar a modo de conclusión
que el ombligo es feliz cuando tiene su cabeza bien agachadita
apuntando, acariciando, besando suavemente su ego. |
|
LAS
TRISTEZAS DEL OMBLIGO |
Al ombligo lo entristecen los balcones, sobre
todo por las noches. Siente una profunda angustia al contemplar
desde algún balcón la cantidad de casas y edificios
y negocios y luces y peatones. Se siente mínimo pensando
que si no existiera el horizonte vería más casas
y edificios y negocios y luces y peatones.
El ombligo suele apenarse cuando ve el cielo partido por una
estrella fugaz. En ese instante es consciente de que miles de
personas estarán estampando un deseo en el firmamento.
Por lo tanto, habrá menos posibilidades para el anhelo
del ombligo. Entonces el ombligo transpira la gota gorda porque
es el único llanto posible. |
EL
ASOMBRO EN EL OMBLIGO |
Un ombligo sale de su trabajo y camina hacia
la boca del metro habitual para regresar a su casa. Viaja parado
durante dos estaciones, hora y pico. Alguien vacía su
asiento cerca de la tercera estación y el ombligo se
apresura y gana y descansa su trasero luego de un día
agitado para la avaricia.
|
|
Ahora el ombligo no piensa, se zambulle en el
impulso, se trata de una anomalía en su conducta: cede
el asiento a un anciano. Continúa con su viaje.
Emerge a la acera y camina una cuadra hacia su casa. Cena. Duerme.
Oye el despertador a las 7.16 a.m. y no se ducha, se sorprende:
ninguna pelusa que arrancarse. |
|
|
|