¿Dónde está la lluvia,
su velocípedo de agua en la que Yo,
el viento, capitán del otoño,
pedaleaba sobre los techos de Ovalle
y repartía el pez del aguacero entre el cielo y las
raíces?
¿Estará en Valparaíso,
descansando en la puerta de tu casa,
Javiera Rubina,
después de subir, y bajar,
y subir tantas escaleras
para hablar contigo de mariposas o estrellas?
¿O se encuentra perdida en el verde laberinto del
sur,
más allá, quizás,
en el rompecabezas del gran archipiélago,
donde Chile se quiebra en mil pedazos
contra el frio del océano?
¿Y quién, díganme quién,
se llevó su bípedo artefacto de engranaje
y rocío,
regalo del mar,
para que la primavera recién vestida
saliera a recorrer la tierra,
su reino de pétalos y plumas,
donde la luz aún camina tiritando
y con los pies desnudos?
¡No lo seeee…, le grité al viento,
cuando preguntó con voz de trueno
y arrastró su larga barba de cristal y fuego sobre
los cerros,
volándoles el sombrero
y chamuscando sus rocosas pelambreras.
Tal vez ha vuelto al mar,
azul arandela que teje y teje el tiempo,
con sal, con espuma,
con los pétalos de una rosa recién cortada
o deshojada por las manos de la nieve y ahí,
aquel bicípedo,
su estructura de abejas y nubes,
se quedó dormida en el escamoso naufragio de un viejo
galeón,
soñando otra aventura de pájaros,
mientras espera el próximo invierno.
Y así le dije al viento,
y el viento movió las hojas,
con su cola de pez o caballo marino,
y colorín colorado este poema,
que escribí para ti, ha terminado.