PUEDO
SENTARME A CONTAR
Soy quizás sólo una pequeña rata que come
cuando puede,
en las esquinas he criado desde la punta de mis pies
hasta esta boca tan gastada que ya no siente el viento.
Han sido tantos que la memoria debería nacer nuevamente.
Recuerdo a Pedro, a don Javier, a Guillermo “El mocetón”,
a Camilo, el más rotundo en sus besos y copas desnudas,
a don Luis, con su aliento de vino, pero repleto de labios.
Han sido tantos, sobre el colchón de la historia fea
y yo aquí sigo tejiendo este chalecos para mis niños
imaginarios,
par mis niños que no llegaron porque no tuvieron cita.
Ay!, Pedrito, si hubieras tomado mi cintura más fuerte.
Tú eras el único, pero no se debía confundir
el trabajo con el amor,
pero aquí estaba tu amiga, la más puta de las
putas,
pero tu amiga, tu amiga, tu consuelo de tristezas,
la de la noche, la del maquillaje de ramera, más ramera,
la de ropas brillantes, pero de ropa demasiado oscura,
la que recorrieron borrachos cansados de las horas.
Pero yo era tuya, tan tuya que sentía tus silbidos
y el alma se me desvestía como una mariposa vieja,
y aquí estoy tras los año, con más recuerdos
que amigos,
con tantas manos a cuestas, que cada huella es herida,
es herida y un canto de añeja lágrima muerta,
esta lágrima que conocí a los catorce años
y vive redonda,
que corre sobre su gordura ambiciosa de más sufrimiento.
Y aquí estoy, tejiendo chalecos para mis niños
imaginarios,
con lana criada al calor de brasero de burdeles,
con tragos vaciados en las monedas sobre el mesón,
con pulgas que se cuelgan en los sueños de mi almohada,
con tanto amor repartido en labios y pechos
y una puerta cerrada a la sangre del corazón. |