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Cuando despiertas, notas que los sueños
se han agarrado a tu garganta, vadean las lágrimas
de tus ojos
y emergen por el túnel de luz de tus pupilas.
Nunca eres la misma cuando despiertas.
Adivinas que esa otra que duerme
en la fragilidad de tus entrañas
sabe todo lo que ignoras,
visita los lugares inexplorados
y trae de vuelta tus recuerdos,
sin rémoras, sin atascos, sin podredumbres ni mentiras.
Cuando despiertas, y tus ojos se abren al abismo azul de
la mañana
aún te llega el eco del cántico del mundo,
la suave brisa de las esferas balanceándose en tu
silueta,
la gracilidad del ave y la dulce omisión
de las palabras.
Entonces te levantas con los párpados pegados al
sueño,
te sientas en la silla de la cocina y a tientas
te preparas una tostada con mermelada de frambuesa,
abres la boca sin violencia, como si no fuese tuya,
y paladeas lentamente el sabor de la tierra
como si sobre una nube, o una certeza, tu otro yo te columpiara.
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