Sedientos,
estos ojos, del brillo de tus labios
y tu cuerpo dejándome su aroma
de albahaca y de canela, ¿qué he hecho? Sólo
alcanzo
el rumor de tu voz en la memoria.
Tú mismo entre las algas del mar, precipitado
desde el cielo, sin ángel ni paloma.
Cambiaste, libremente, tus alas por estaño,
me arrepiento, ya es tarde, y sufro ahora.
Pero ya era imposible olvidarte, olvidarnos
del sol que la amapola en flor deshoja
bordando nuestras vidas con sus pétalos.
Inútil fue no amarte, amarnos tanto,
suspira la magnolia y la mimosa
se reclina en urdimbre, servidumbre a tu paso.