Puede, cegada la nube, ser el aliento o la flor de la cal
viva en los altos tapiales,
una señal: Envolver tus sentimientos con nieve
puede cuajar el dolor, adornando la cautela con cristal
sin aroma...
pero los altos cipreses se escapan.
Sabes que aquí nunca te alcanzan, por eso retornas
de la inquietud con imágenes
rasas a tu sentimiento ¿Dónde dejaste los
pájaros? Duermen
para esperar el instante preciso de las estrellas. Inútil,
tu afán
de arena y cal apagando la herida.
Así, a pesar del esfuerzo, fue solo cuestión
de tiempo. Las hojas
reivindicaron las ramas vacías (avisan),
te acusan. Por eso, alguien
viaja hacia ti, hacia el muro, ante la complicidad
de una grieta, hacia ti, en cal ahogada, desde algún
tiempo para ofrecerse.
Ya estoy aquí, he llegado, soy yo. El blanco no
sostendrá
para siempre a esta frágil ruina,
borra las huellas, si caes,
un paso (no) más allá, te espera, se desmorona…
pero no mires al cielo, puedes sentir el vértigo
de los cipreses.
Y me dijeron ¿En dónde estará
mañana? Mañana o nunca abriremos, les respondías,
para volver a pintaros mañana cipreses,
ramas
sin hojas,
altos
tapiales…
El blanco y la eternidad son demasiado brillantes.