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                Intento 
                    encontrar el visaje oscuro de tu esquiva y lejana mirada. 
                    Lo busco en la penumbra de este amanecer que no me pertenece 
                    pero, que me invade como la niebla que hiela y oscurece mi 
                    visión. 
                    Todo el entorno que recorro parece conspirar en contra de 
                    mis deseos 
                    de hallarte entre las inmensos arbólales que todo lo 
                    invaden de hojas. 
                    Me sigue el compungido bramido del solitario toro negro, que 
                    apenas 
                    sabe pastar en esa inmensa y fría soledad que lo acompaña, 
                    sin pausa. 
                    El me despierta como si quisiera la compañía 
                    de mi tristeza y dolor… 
                    No quiere sentirse tan abandonado en su desdicha y en su soliloquio. 
                    Lo miro por la ventana y solamente, veo su destierro, no su 
                    hambre. 
                    Todo este sórdido paisaje me compunge y me subyuga 
                    de miedo. 
                    Todo acá parece inhumano, tan implacable como vivir 
                    tu lejanía. 
                    Me siento presa del destierro, la oscuridad, el silencio y 
                    soledad. 
                    Estoy herida como un cóndor al que le han cortado sus 
                    bellas alas. 
                    Intento, pero no lo logro, simular que vivo y me aíslo 
                    en oración. 
                    Sé que todos notan mis ausencias vívidas, por 
                    el eco de mis rezos. 
                    Nadie se atreve a pronunciar palabra o a interrumpir mi clausura. 
                    Siempre mis meditaciones y mis largos silencios han sido lugares 
                    venerados, para los que me conocen y nadie se atreve interrumpir. 
                    No hay sonrisas, miradas, palabras, supuestos y el silencio 
                    es mío. 
                    Estoy lejos, muy lejos de los tiempos y del espacio que nos 
                    separa. 
                    Pero, sé, que nunca estuve más cerca de nadie 
                    que no estuviera… 
                    Mi mente te ve y se pasea por tu alma, como si leyera una 
                    carta natal. 
                    Allí estás, eres el mismo que construyó 
                    con sus versos y sus pinceles, 
                    el más bello paisaje, donde yo coloco mi amor en reverencia 
                    sagrada. 
                    Mi evocación es más fuerte que tu real ausencia, 
                    no te has ido ni lo 
                    harás, porque matarías la más bella ilusión 
                    de perfección y virtud. 
                    Tú ya no te perteneces, tampoco a mí, eres como 
                    una pluma que 
                    vuela libre surcando los aires, para revivir en su corazón 
                    el ideal de 
                    libertad que has acariciado desde el sacrílego sortilegio 
                    de tu cárcel. 
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